¡La Quetrófila presente con ejemplares a la venta!
¡También podés encontrar tu Quetrófila en las noches de Alejandría!
“Aprenderá que es soberbia
agregar adjetivo alguno a la muerte”
a Gabriela Pais y Ricardo Rojas
Es difícil comenzar a conjugar los verbos en pasado. Recién vuelvo a casa, y llega a mí una de esas noticias que remecen como un relámpago ciego: “murió Daniel Muxica”. Y como si no alcanzara a entender, modulo la sorpresa con los labios. Busco qué pasó con él, si quizás es una broma, pero no encuentro ninguna noticia, salvo un mail escueto y una nota en un blog.
A Daniel lo vi en febrero, y supe que viajaba invitado a un encuentro de poesía a Estambul; bromeamos con las odaliscas danzando –como en su libro sobre las bailarinas- mientras el poeta recitaba. Después de su paso por Europa trataríamos de que viniera a Chile con su amigo, casi hermano, Ricardo Rojas Ayrala. Conversamos mucho rato, como le gustaba a él. Es -insisto en presente- el típico argentino que habla en extenso, con gracia y humor narrativo, a lo que suma un puro a la boca. En Argentina he encontrado mejores personas que en Chile, seres humanos que no tienen ese recelo clasista, con dosis de resentimiento y desconfianza, tan típica de nuestro país. Se nota en algo que nosotros hemos perdido: el trato. La cortesía, esa forma de acogida gratuita, es una hospitalidad que la clase media argentina conserva. No pienses que soy un “maleducado”, me dijo Daniel, cuando una vez se colgó –como dicen allá- y olvidó dónde nos íbamos a reunir. Esa palabra –“maleducado”- no la escuchaba desde mi niñez, como varias palabras que uno oye en Argentina, dando cuenta no sólo de la resistencia a la tecnología propia de la vejez de Buenos Aires, sino también de ciertas formas de trato que persisten en su vida cotidiana.
Las veces que nos encontramos charlamos horas. Daniel tenía una manera característica de delinear su capacidad discursiva, unía la última palabra de una idea con otra, sin desmayo, de tal modo que cuando uno pensaba que podía intervenir, ya estábamos en un nuevo giro de la conciencia. Una vez, por ejemplo, cuando pasaba por Corrientes, calculando precios y libros como típico extranjero receloso, lo encontré de improviso en una mesa al medio de la calle; me invitó algo de beber y conversamos por largo rato junto a Ricardo Rojas sobre la escritura y la relación con la política (unión que es imprescindible en la mayoría de los escritores argentinos). Pasamos de Perón a establecer relaciones entre Racing y Wanderers, algunos poetas interesantes de nuestros respectivos países y la política de derecha que gobierna Chile. Daniel se esforzó en todas nuestras conversaciones por explicarme con detalle el peronismo; intentando, creo, exponer su relación con la izquierda peronista. Creo, porque todavía no comprendo exactamente la diferencia entre los movimientos políticos de Argentina.
En mi segundo viaje a Buenos Aires, me invitó a la noche para comer un asado. Su casa estaba ubicada en un sector áspero, cerca de Avellaneda, en Barracas. Llegué sin hablar una palabra tanto en el colectivo como en la calle para que no notaran el acento, intentando reconocer la dirección. Allí estaba su esposa, la poeta Gabriela Pais, Luis Tedesco y su familia, además de dos enormes perros que giraban alrededor de la parrilla y unas columnas griegas que me llamaron la atención, tal vez porque irrumpían de pronto en medio de la casa haciendo eco con la bella arquitectura anacrónica de la ciudad. Más que conversar de poesía, estuvimos hablando de política y, por ende, de Fútbol. Dos temas que a la larga terminaron unidos al ejercicio de la escritura. Había publicado hace poco su libro La conversación, y aparecía una reseña en la revista Hablar de poesía, escrita precisamente por Tedesco. Un poemario interesante en varios aspectos, que me propuse releerlo como un homenaje a Daniel, y tomé algunos, breves, apuntes afectivos.
Llama la atención, en primer lugar, la apelación constante al lector, hablándole directamente como si estuviera en una conversación -tal como el título del libro- pero no una cualquiera, sino una referida a la imagen, los deseos, las palabras, la muerte; es decir, un diálogo metafísico escrito desde la soledad. Porque a pesar de que el libro llama a una conversación, hay una voz desperdigada en la página con un tono reflexivo e interrogante de su extravío, asemejándose tal vez a algunas narraciones de Samuel Beckett. “EN EL FINAL/ querrá hablar/ aprenderá que el lenguaje es la última soledad/ tomará el teléfono para llamar a nadie (…) y no hay sótano más oscuro/ más húmedo/ más minucioso/ más ninguna parte/ que lo que cada uno dijo”. Y ese es el fin de la conversación.
Para alguien como Daniel, una persona tan llana, que desplegaba una amistad franca y acogedora, asombra el resultado de este libro, el tono de monólogo extraviado al que conjuga la mirada y la visualidad, junto con la inserción de frases autorreflexivas puestas entre paréntesis y cursivas, cerrando con una contraportada en que se incluyen solamente “X” y una pintura de Francis Bacon. En la gacetilla de prensa que acabo de encontrar en mi ejemplar, dice: “una poemática singular, un juego dialógico entre la imagen del sujeto camino a la muerte y el sujeto conversando con ella”. Cierto, pienso ahora, quizás la única manera de charlar con la imagen de la muerte, que es asimismo el paso del tiempo, sea el monólogo, el sin sentido al que queda uno expuesto en las vísperas. También muestra que, a pesar de la amistad y el cariño, la conversación y las palabras, hay algo de intenso monólogo como remanente de la experiencia. Algo que nos dice que no conocemos cabalmente a quien se encuentra a nuestro lado, algo no mencionado. Algo que me hace pensar en el Daniel que nunca conocí.
Sin embargo, en el mismo ejemplar que tengo de La conversación está el tríptico que anuncia el Encuentro de poesía donde nos conocimos en la ciudad de Tandil, el año 2006. Y da cuenta de varios datos que generalmente uno puede mencionar de una persona. Por ejemplo que publicó la revista Los rollos del mal muerto, una edición bellísima que se confiesa como una publicación incómoda, como de hecho lo es; fue director de La bohemia, una editorial dedicada a la poesía, hasta que dejó su cargo. Publicó varios libros de poesía y narrativa, y podemos agregar que estaba a punto de publicar un nuevo poemario por el hermoso sello editorial Bajo la luna, y una novela por la conocida editorial Mondadori. Las dos publicaciones debieran salir entre julio y agosto de este año. Esas cosas se pueden mencionar, pero lo más importante es que de sus conversaciones puedo decir que era un amigo afectuoso, era uno de esos poetas que recogen a través de sus palabras el aprecio y la admiración sin retorcimientos. Era una de esas personalidades de la celebración, con responsabilidad política y capacidad de escucha. Era, y es difícil decirlo, porque la muerte deja la sensación de un fraude, la indignación por una injusticia que quiere revocarse. O como acuñan sus propios versos: “estará usted entonces en la sensación misma/intentará sobreponerse/ distinguir detrás el relámpago que ciega”.
Jorge Polanco Salinas
Valparaíso, junio de 2009
- Hay algo mal en ese texto.
Todos se quedaron esperando que profundizara o que diera motivos para un veredicto tan contundente sobre el texto que acababa de leer Martín, pero Angélica no dijo nada más. Así era ella. Lo que en otros alumnos del taller podía parecer arbitrario, en ella sonaba enigmáticamente irrefutable. No fundamentaba. No eran opiniones. Era lo que flotaba en el aire. El espíritu de aquí y ahora. Cuando ella terminaba de hablar, el resto -incluido el profesor- se quedaba en silencio unos segundos, dejando que la sentencia terminara de ponerse cómoda en sus cabecitas de corriente mortal inseguro. Y entonces Angélica, sin terminar de darse cuenta de lo que provocaba, tomaba un trago de café o mordía una galletita y se comía como sin querer el silencio de los otros, que se sentían devorados.
Era martes a la tarde. Cada martes a la noche, después de irse del taller, Martín soñaba con Angélica.
Esa tarde, después de Angélica, primero un alumno y atrás de él una alumna dijeron cosas acerca de la verosimilitud del texto de Martín, de cómo le jugaban en contra las descripciones fantásticas, del abuso de adjetivos, del efecto contraproducente de la ambigüedad. Angélica daba el pie y los demás redundaban. Por eso nadie la invitaba a cenar con todos cuando salían del taller. Por eso Martín la deseaba tanto o deseaba tanto que ella lo deseara. Por eso Martín sí la invitaba a cenar con todos cuando salían del taller, aunque ella dijera siempre que no.
- ¿Venís a comer?
- No, gracias. La próxima.
Y punto. Salvo esa noche, que ella dijo:
- ¿Querés acompañarme?
Fueron segundos terribles, contradictorios, los que Martín se tomó para responder. Durante esos segundos fue como si Angélica no controlara todo. Martín se dio cuenta de que la había sorprendido con su silencio y esto lo hizo sentir al mando. De un barco en una tormenta, porque ella podía arrepentirse si él dudaba tanto y retirar la invitación y hacer que él se estrellara contra un iceberg. Pero al mando al fin. Aceptó.
Empezaron a caminar por Pueyrredón hacia Santa Fe, para el lado de Corrientes. Martín se acomodó la mochila sobre los dos hombros para que le pesara menos y metió las manos en los bolsillos de la campera. La calle estaba llena de gente que volvía de sus vacaciones. Era marzo, un día más frío que el promedio, y el año empezaba a empezar. La calle estaba llena de gente bronceada, abrigada, con muchas expectativas. Ella no decía nada.
- ¿Cuántos años tenés, Angélica?
- Diecisiete. ¿Vos?
- Diecinueve.
- …
- ¿Por qué te pusieron Angélica?
Quería decir si le habían puesto Angélica porque era como un ángel, pero también que Angélica era un nombre único, más común entre mujeres de otra edad, no la edad de ella, y que nunca había conocido otra chica que se llamara así. Angélica se rió.
- ¿Y a vos por qué te pusieron Martín?
- Por Martin Luther King. Mi mamá quería que yo tuviera algo de él.
- Ah, sí?
- Sí. Decían que nada en el mundo podía justificar la violencia. Hasta que se divorciaron. Ahí empezaron a matarse.
Angélica se rió más fuerte, Martín sintió que el corazón se le desaceleraba y volvía a respirar con calma.
- Che, yo te re acompaño… pero dónde estamos yendo?
- Sos gracioso, eh. A lo de una amiga. Vamos a buscar una cosa.
Lo alegró eso de “vamos”, que ella ya hablara de ellos como de un nosotros. Tal vez Angélica vio que Martín se retorcía de hambre.
- ¿Tenés hambre? Porque ahí no creo que podamos comer.
- No, no tanta, todo bien…
- ¿Seguro?
- Sí, seguro – pero se le notaba mucho que sólo quería complacerla.
- ¿Querés parar acá?
Era una estación de servicio. Angélica no quería comer, pero era obvio que él sí, y además su amiga la esperaba recién después de las diez y media, así que estaba bien hacer algo de tiempo. Martín agarró un sándwich de milanesa, se arrepintió –porque no quería tener gusto a ajo, porque fantaseaba con un beso de despedida- y se quedó con uno de jamón y queso. Se sentaron en una mesa cerca del vidrio que daba a la playa de la estación, él con su comida y un jugo de naranja, ella con un café. Del auto estacionado justo enfrente de ellos bajaron dos hombres con bolsos negros y un perrito blanco. Ataron al perro a la manija de la puerta y caminaron hasta que Martín los perdió de vista. El perrito ladró un poco hasta que se cansó y se echó.
- ¿Te gusta escribir?
Se lo preguntó de la nada, y le dio un sorbo al café caliente que le quemó la lengua. Martín aprovechó que tenía la boca llena para darse tiempo y pensar qué responder. Masticó más despacio que lo que le proponía su estómago vacío. Claramente: quería ser escritor, pero ¿gustarle escribir? No sabía. Sabía que le gustaba el chocolate, porque se metía un pedazo en la boca y dejaba que se le deshiciera de a poco con los ojos cerrados, desparramándolo bien por la lengua y por el paladar para sentirle mejor el sabor. Sabía que le gustaba la canción “Mother”, de Pink Floyd, porque cuando estaba deprimido ponía “Mother” y se emocionaba, y cuando estaba activo ponía “Mother” y se emocionaba, y cuando estaba apático ponía “Mother” y se emocionaba. Sabía que le gustaba Angélica, porque se la imaginaba desnuda y quería darle besos y tenerla para él. Pero cuando se sentaba a escribir, escribía dos líneas y paraba para pensar en Angélica, o para comer chocolate, o escuchar “Mother” y tirarse en la cama a esperar.
- Sí, claro. No es que sea un hobbie reemplazable por otro – dijo Martín, sintiéndose trágico.
- ¿Y de dónde sacás las cosas que escribís?
- No sé –dijo, y después de pensar agregó- Creo que las invento.
Angélica lo miró bastante seria. Las cejas nunca depiladas, con algunos pelos que le crecían cerca de los párpados y por la nariz, le desordenaban un poco la cara tan perfecta y la hacían todavía más sorprendente. Tenía los cachetes rosas y un lunar del tamaño de una mosca en el pómulo derecho. Los labios con forma de corazón, como dibujados. Tenía los ojos verdes, uno más oscuro que otro, y Martín nunca se había dado cuenta.
- Tenés los ojos de distinto color.
- Sí. Me cambian con el clima – y se rió.
Le pareció rarísimo, a Martín, eso de que le cambiara un ojo sí y el otro no, o que le cambiara uno más que el otro, pero no se animó a preguntar si le estaba haciendo un chiste, por miedo a ofenderla o, peor todavía, a quedar como un tonto. Así que se sonrió lo más ambiguamente que pudo y le dio otro mordisco al sándwich. Miró por la ventana, como para cambiar de tema. El perrito se había levantado y caminaba en círculos, sorteando con bastante destreza la soga que se le enredaba entre las patas.
- Hoy no dije nada cuando empezaron a corregirte cosas porque no quería hablar adelante de ellos, pero yo no quise decir que tu texto estaba mal escrito, sino que hay algo mal. Algo que no me cierra.
Ahora ella también miraba hacia fuera, hacia el perro, aunque no parecía muy interesada en lo que pasaba en la calle. Martín se quedó callado esperando que dijera algo más. No entendía muy bien de qué le estaba hablando, y en especial no sabía qué le pasaba, pero era claro que se había puesto algo inquieta.
- Dijiste que la paloma chocó contra la pared y cayó, ¿no? – él asintió, Angélica siguió preguntando – Y que después de eso una voz anunció por altoparlantes que el tren estaba por salir, ¿no?
Confundido, pero con interés creciente, Martín atinó a buscar la copia del texto en su bolso. Ella apoyó una mano sobre la suya y lo interrumpió.
- ¿Qué hacés?
- Voy a fijarme. Lo escribí muy rápido, antes de salir al taller. Lo escribí para no ir con las manos vacías. Ni me acuerdo bien qué dice.
- No puede ser, tenés que acordarte – y mantuvo la mano apoyada sobre la de Martín, esperando que él trajera recuerdo – Necesito que te acuerdes.
- ¿Por qué? ¿Qué pasa?
Angélica abrazó la taza de café con las dos manos, para darse calor, y dio un sorbo. Después volvió a mirarlo seria como un rato antes.
- Yo estuve ahí – dijo – Vamos a la casa de mi amiga. Tengo que mostrarte algo.
Misil Children!: Un modelo para desarmar
por Laura Lattanzi
¿Qué solemos hacer cuando no podemos dormir? Tomar un vaso de leche, una copita de licor o whisky, arrasar un paquete de galletitas, “googlear” la raíz griega de la palabra insomnio, planear la vida de los próximos cinco años con una profunda convicción de cambio, enganchar una película norteamericana desconocida de los años ochenta muy mala… y la lista es interminable. Porque ¿Quién realmente combatió el insomnio contando ovejas? Pero sobretodo, o al menos en mi caso y en el de muchos, en momentos en que no se puede conciliar el sueño damos vueltas y más vueltas a nuestras experiencias, que se revelan traumáticas. Por ello, es quizás en este momento singular e individual, cuando la construcción de nuestra memoria subjetiva se encuentra en grandes procesos de interpelación, cuestionamiento y, claro, también construcciones. Es así que surgen los recuerdos: como cosificaciones del proceso azaroso de nuestra memoria, en una noche de insomnio. La obra Misil Children de Mariana Levy refiere a esta situación.
Tres hermanas en una misma habitación, una de ellas no puedo dormir e incita a las demás a pasar una noche tejiendo recuerdos. La obsesiva-perfeccionista, motiva a reconstruir los recuerdos “tal cual sucedieron”, pero a lo largo de la obra esta empresa se devela como imposible. Se recurre a diversos registros y formas: videos, recreaciones de escenas, canciones, pero las tensiones surgen cuando la fantasía quiere filtrarse reclamando también su legitima participación, que rechaza la hermana más perfeccionista, calculadora de lo verosímil como realidad, una “positivista”, si se me permiten el exabrupto.
En la formulación freudiana el olvido es un proceso activo de represión que tiene por objetivo proteger al individuo de la ansiedad, el miedo, los celos y demás emociones difíciles. Pero cualquiera, con un “Freud para principiantes en la cabeza”, sabe que lo que hemos reprimido aflora luego de maneras que pueden llegar a la perversión, así que ¿por qué mejor no combatirlo y sacarlo todo fuera? Esta es la tarea que emprenden esa noche las tres hermanas que bien dan cuenta cada una de la ansiedad, el miedo y los celos.
El trabajo actoral de las tres hermanas, únicos personajes de la obra, es destacable; así como también la dirección muy bien ideada de su joven directora: Mariana Levy. Como resultado obtenemos la caracterización de personajes con personalidades bien, y por qué no, estrictamente definidas, que nos permiten pensar en la ya hoy tan discutida problemática de una construcción subjetiva de la memoria, pero rescatando su proceso en micro contextos fragmentarios.
Presentación
Por Diego Alfaro Palma
Mi interlocutor era Lucas Funes, con el que no pude parar de reír durante esos días que vagué entre distintas casas de amigos. Me contó que estaba escribiendo crónicas de su viaje por Chile, de los escritores y personajes que había conocido, entre las que diagramaba sus visiones del paisaje y las eternas impresiones de un tópico tan antiguo como el Poema de Gilgamesh o
En Chile siempre hemos admirado la capacidad editorial argentina, sentimiento que es ya parte de un complejo que nos aqueja principalmente en nuestros días. Por estos lados han existido elementos valiosos:
Su experiencia no puede ser para nosotros sino un gran empujón a aprender del prójimo, y en especial de una frase –componente esencial de su criterio editorial- que me ha quedado dando vuelta: “La mayoría de los cuentos y poesías llegan a la casilla del mail y en esos mails buscamos trabajos que sean prolijos y con algún destello de genialidad, porque para hacer una revista de medio pelo no la hago, con el trabajo que cuesta”. Esto junto a su presentación como “una poesía para recortar y regalar”, nos hace martillarnos la cabeza con la cuestión eterna del sedentarismo literario: “¿Qué estamos haciendo para llegar a otro?”. Ellas van a las fuentes, potenciando el piscinazo de escritores y críticos jóvenes, participando del apretujado paisaje de los kioscos de Buenos Aires, invitando a sus lecturas a extranjeros –como podríamos ser nosotros- entendiendo que la literatura es más que “el paraíso del tonto solemne”, como diría Nicanor Parra, sino un riesgo, algo así como la vida, y otro poco de la valentía de perder el equilibrio y esperar la contraparte.
“La Quetrófila” es un espacio editorial que reúne lo mejor de la nueva generación de autores argentinos, en el que también han sido incluidos autores chilenos como Jorge Polanco, profesor de la Escuela de Literatura UDD, y Guido Arroyo. Revista a cargo de un grupo editorial que no supera los 26 años de edad.
Por estos días el equipo editorial de “La Quetrófila” visita nuestro país, hecho que no puede sino ser un intercambio potente de ideas acerca de los medios de publicación en nuestro país y las formas de distribución de las nuevas obras publicadas. Una oportunidad tanto para alumnos de literatura de la UDD, como de otras carreras, para ver el trabajo de cuatro jóvenes argentinas y los retos y demandas que exige la labor creativa en sus fuentes, es decir, en el papel.
El lanzamiento comenzará con la presentación del segundo número de la revista argentina, a cargo del poeta chileno Diego Alfaro, alumno de la escuela, y la escritora argentina Valeria Tentoni, directora de “La Quetrófila”. Tras la presentación se realizará una lectura poética – narrativa chileno trasandina.
Cuándo: Miércoles 30 de julio a las 19:00 hrs.
Dónde: Sede Lastarria /Villavicencio 395, esq. Lastarria /metro UC
Seminario de Reflexión Poética, y Taller de Poesía,
Centro Cultural
Jueves 31 de julio, 19:00 horas
- Encuentro con el Taller de Poesía:
Viernes 1º de agosto, 16:00 horas
- Recital público y entrega de los libros traídos como donación para
Viernes 1º de agosto, 19:00 horas
Estamos armando un archivo de video a proyectar en San Felipe y Valparaíso, sobre los ciclos de narrativa oral en Buenos Aires. Ya pasamos por;
* Noche de cuentos Alejandría. Organizada por Clara Anich, Edgardo Scott y Juan José Burzi.
* El Quinteto de la Muerte. Organizada por Federico Levín, Leo Oyola, Ignacio Molina, Ricardo Romero y Lucas Funes Oliveira.
* Los Mudos. Organizado por Lucas Funes Oliveira, Matías Pitrella y Facundo Palazzolo.
* Ciclo Carne Argentina. Organizado por Selva Almada, Julián López y Alejandra Zina.
* Ciclo La Manzana en el Gusano. Coordinado por Lisa Cargnelutti, Nurit Kasztelan, Heber Ortiz y Germán Rosati
* Jam de escritura. Idea y producción Adrián Haidukowski