sábado, 29 de noviembre de 2008

SALIÓ EL NÚMERO TRES!

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Novela colectiva por entrega II

En visperas de la salida del número tres, les entregamos la segunda parte de la novela colectiva, a cargo de Natalia Moret. Si querés leer el primer capítulo, por Juan Diego Incardona, hacé click acá. Si querés leer el tercero, por Ricardo Romero, buscá tu número tres de la Q en breve.


NOVELA COLECTIVA
II ENTREGA
por Natalia Moret

- Hay algo mal en ese texto.

Todos se quedaron esperando que profundizara o que diera motivos para un veredicto tan contundente sobre el texto que acababa de leer Martín, pero Angélica no dijo nada más. Así era ella. Lo que en otros alumnos del taller podía parecer arbitrario, en ella sonaba enigmáticamente irrefutable. No fundamentaba. No eran opiniones. Era lo que flotaba en el aire. El espíritu de aquí y ahora. Cuando ella terminaba de hablar, el resto -incluido el profesor- se quedaba en silencio unos segundos, dejando que la sentencia terminara de ponerse cómoda en sus cabecitas de corriente mortal inseguro. Y entonces Angélica, sin terminar de darse cuenta de lo que provocaba, tomaba un trago de café o mordía una galletita y se comía como sin querer el silencio de los otros, que se sentían devorados.

Era martes a la tarde. Cada martes a la noche, después de irse del taller, Martín soñaba con Angélica.

Esa tarde, después de Angélica, primero un alumno y atrás de él una alumna dijeron cosas acerca de la verosimilitud del texto de Martín, de cómo le jugaban en contra las descripciones fantásticas, del abuso de adjetivos, del efecto contraproducente de la ambigüedad. Angélica daba el pie y los demás redundaban. Por eso nadie la invitaba a cenar con todos cuando salían del taller. Por eso Martín la deseaba tanto o deseaba tanto que ella lo deseara. Por eso Martín sí la invitaba a cenar con todos cuando salían del taller, aunque ella dijera siempre que no.

- ¿Venís a comer?

- No, gracias. La próxima.

Y punto. Salvo esa noche, que ella dijo:

- ¿Querés acompañarme?

Fueron segundos terribles, contradictorios, los que Martín se tomó para responder. Durante esos segundos fue como si Angélica no controlara todo. Martín se dio cuenta de que la había sorprendido con su silencio y esto lo hizo sentir al mando. De un barco en una tormenta, porque ella podía arrepentirse si él dudaba tanto y retirar la invitación y hacer que él se estrellara contra un iceberg. Pero al mando al fin. Aceptó.

Empezaron a caminar por Pueyrredón hacia Santa Fe, para el lado de Corrientes. Martín se acomodó la mochila sobre los dos hombros para que le pesara menos y metió las manos en los bolsillos de la campera. La calle estaba llena de gente que volvía de sus vacaciones. Era marzo, un día más frío que el promedio, y el año empezaba a empezar. La calle estaba llena de gente bronceada, abrigada, con muchas expectativas. Ella no decía nada.

- ¿Cuántos años tenés, Angélica?

- Diecisiete. ¿Vos?

- Diecinueve.

-

- ¿Por qué te pusieron Angélica?

Quería decir si le habían puesto Angélica porque era como un ángel, pero también que Angélica era un nombre único, más común entre mujeres de otra edad, no la edad de ella, y que nunca había conocido otra chica que se llamara así. Angélica se rió.

- ¿Y a vos por qué te pusieron Martín?

- Por Martin Luther King. Mi mamá quería que yo tuviera algo de él.

- Ah, sí?

- Sí. Decían que nada en el mundo podía justificar la violencia. Hasta que se divorciaron. Ahí empezaron a matarse.

Angélica se rió más fuerte, Martín sintió que el corazón se le desaceleraba y volvía a respirar con calma.

- Che, yo te re acompaño… pero dónde estamos yendo?

- Sos gracioso, eh. A lo de una amiga. Vamos a buscar una cosa.

Lo alegró eso de “vamos”, que ella ya hablara de ellos como de un nosotros. Tal vez Angélica vio que Martín se retorcía de hambre.

- ¿Tenés hambre? Porque ahí no creo que podamos comer.

- No, no tanta, todo bien…

- ¿Seguro?

- Sí, seguro – pero se le notaba mucho que sólo quería complacerla.

- ¿Querés parar acá?

Era una estación de servicio. Angélica no quería comer, pero era obvio que él sí, y además su amiga la esperaba recién después de las diez y media, así que estaba bien hacer algo de tiempo. Martín agarró un sándwich de milanesa, se arrepintió –porque no quería tener gusto a ajo, porque fantaseaba con un beso de despedida- y se quedó con uno de jamón y queso. Se sentaron en una mesa cerca del vidrio que daba a la playa de la estación, él con su comida y un jugo de naranja, ella con un café. Del auto estacionado justo enfrente de ellos bajaron dos hombres con bolsos negros y un perrito blanco. Ataron al perro a la manija de la puerta y caminaron hasta que Martín los perdió de vista. El perrito ladró un poco hasta que se cansó y se echó.

- ¿Te gusta escribir?

Se lo preguntó de la nada, y le dio un sorbo al café caliente que le quemó la lengua. Martín aprovechó que tenía la boca llena para darse tiempo y pensar qué responder. Masticó más despacio que lo que le proponía su estómago vacío. Claramente: quería ser escritor, pero ¿gustarle escribir? No sabía. Sabía que le gustaba el chocolate, porque se metía un pedazo en la boca y dejaba que se le deshiciera de a poco con los ojos cerrados, desparramándolo bien por la lengua y por el paladar para sentirle mejor el sabor. Sabía que le gustaba la canción “Mother”, de Pink Floyd, porque cuando estaba deprimido ponía “Mother” y se emocionaba, y cuando estaba activo ponía “Mother” y se emocionaba, y cuando estaba apático ponía “Mother” y se emocionaba. Sabía que le gustaba Angélica, porque se la imaginaba desnuda y quería darle besos y tenerla para él. Pero cuando se sentaba a escribir, escribía dos líneas y paraba para pensar en Angélica, o para comer chocolate, o escuchar “Mother” y tirarse en la cama a esperar.

- Sí, claro. No es que sea un hobbie reemplazable por otro – dijo Martín, sintiéndose trágico.

- ¿Y de dónde sacás las cosas que escribís?

- No sé –dijo, y después de pensar agregó- Creo que las invento.

Angélica lo miró bastante seria. Las cejas nunca depiladas, con algunos pelos que le crecían cerca de los párpados y por la nariz, le desordenaban un poco la cara tan perfecta y la hacían todavía más sorprendente. Tenía los cachetes rosas y un lunar del tamaño de una mosca en el pómulo derecho. Los labios con forma de corazón, como dibujados. Tenía los ojos verdes, uno más oscuro que otro, y Martín nunca se había dado cuenta.

- Tenés los ojos de distinto color.

- Sí. Me cambian con el clima – y se rió.

Le pareció rarísimo, a Martín, eso de que le cambiara un ojo sí y el otro no, o que le cambiara uno más que el otro, pero no se animó a preguntar si le estaba haciendo un chiste, por miedo a ofenderla o, peor todavía, a quedar como un tonto. Así que se sonrió lo más ambiguamente que pudo y le dio otro mordisco al sándwich. Miró por la ventana, como para cambiar de tema. El perrito se había levantado y caminaba en círculos, sorteando con bastante destreza la soga que se le enredaba entre las patas.

- Hoy no dije nada cuando empezaron a corregirte cosas porque no quería hablar adelante de ellos, pero yo no quise decir que tu texto estaba mal escrito, sino que hay algo mal. Algo que no me cierra.

Ahora ella también miraba hacia fuera, hacia el perro, aunque no parecía muy interesada en lo que pasaba en la calle. Martín se quedó callado esperando que dijera algo más. No entendía muy bien de qué le estaba hablando, y en especial no sabía qué le pasaba, pero era claro que se había puesto algo inquieta.

- Dijiste que la paloma chocó contra la pared y cayó, ¿no? – él asintió, Angélica siguió preguntando – Y que después de eso una voz anunció por altoparlantes que el tren estaba por salir, ¿no?

Confundido, pero con interés creciente, Martín atinó a buscar la copia del texto en su bolso. Ella apoyó una mano sobre la suya y lo interrumpió.

- ¿Qué hacés?

- Voy a fijarme. Lo escribí muy rápido, antes de salir al taller. Lo escribí para no ir con las manos vacías. Ni me acuerdo bien qué dice.

- No puede ser, tenés que acordarte – y mantuvo la mano apoyada sobre la de Martín, esperando que él trajera recuerdo – Necesito que te acuerdes.

- ¿Por qué? ¿Qué pasa?

Angélica abrazó la taza de café con las dos manos, para darse calor, y dio un sorbo. Después volvió a mirarlo seria como un rato antes.

- Yo estuve ahí – dijo – Vamos a la casa de mi amiga. Tengo que mostrarte algo.

viernes, 14 de noviembre de 2008

lunes, 10 de noviembre de 2008

Más definiciones de "Quetrófila" desde la Feria de Editoriales Autogestionadas FEA


* Un punzón a pila
* Reírse tanto que dan ganas de llorar
* Una especie de sapo
* Una especie de barrabrava, propio de la zona del gran Temperley, pcia. de Buenos Aires.
* Una persona con trastorno compulsivo de personalidad que la impulsa a pretender conocer insistentemente el "Qué" de la situación. Las personas que sufren de Quetrofilia suelen ser marginadas por la sociedad y tienden a agruparse entre ellas.
* Es un agregado de algo, una imagen compuesta. Es lo que está vivo en cada uno!
* Afinidad sobre la querencia y las vivencias...
* Fan del Quetró (Letras afganas)
* Locomotora del último pueblo del sur
* Planta carnívora
* Que es amante de una troglodita
* Origami; instrumento de la cultura Tarahumara
* Cerebro atrofiado

sábado, 8 de noviembre de 2008

FEA


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